Segundo día de mi viaje a Jordania, gracias a la invitación de Icárion, para vivir en primera persona los circuitos que ofrecemos desde Kiwaka Travel. Es un privilegio poder explorar este destino de la manera en que lo hacen nuestros viajeros, y debo decir que este segundo día ha sido una auténtica joya del itinerario. En este recorrido se combina espiritualidad, historia, paisajes de vértigo y una inmersión cultural deliciosa. Desde la fuerza simbólica de Betania y el Monte Nebo, hasta el sabor de la cocina jordana en Madaba y el merecido descanso en Aqaba, este día tiene de todo. Descubre cómo fue cada una de estas paradas, qué me hizo sentir, y qué consejos puedo darte si estás pensando en vivir esta experiencia por ti mismo.
Betania: espiritualidad y silencio junto al Jordán
Comenzamos temprano, dejando atrás el Mar Muerto —ese lugar que parece de otro planeta— para adentrarnos en uno de los enclaves bíblicos más simbólicos: Betania más allá del Jordán. Pisar el sitio donde, según la tradición, Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, es sobrecogedor. No importa cuál sea tu religión o tu nivel de espiritualidad; hay algo en el silencio del lugar, en el fluir tranquilo del río, que te invita a detenerte y reflexionar.
Continuamos hacia el Monte Nebo, y aquí me llevé una sorpresa. Sabía que era un lugar bíblico, pero no esperaba que me emocionara tanto. Desde la cima, el paisaje es puro simbolismo: el valle del Jordán, el Mar Muerto a lo lejos… y la idea de Moisés contemplando esa vista sin llegar a pisar la Tierra Prometida. Me quedé un buen rato en silencio. No hace falta más.
Madaba: el arte como testimonio vivo de la historia
En Madaba me fascinó la iglesia ortodoxa de San Jorge, un lugar pequeño pero lleno de significado, donde se encuentra el famoso mapa en mosaico del siglo VI, considerado el primer mapa cartográfico de Tierra Santa. Este mosaico no solo es una obra de arte impresionante por su antigüedad y nivel de detalle, sino que también sirve como testimonio vivo de la importancia histórica de la región en la antigüedad. Lo que más me impactó fue cómo, en unos pocos metros cuadrados, se puede condensar tanto conocimiento histórico, geográfico y espiritual. No estás simplemente viendo una pieza decorativa, estás frente a una cápsula del tiempo que ha sobrevivido siglos y guerras.
Además, la atmósfera en el interior de la iglesia es tranquila, casi mística, y permite apreciar el lugar con calma. Es un sitio que invita a detenerse, observar y dejarse llevar por la imaginación y la historia. Recomiendo llegar con algo de contexto leído o mejor, acompañado de un guía local que te ayude a descifrar los pequeños detalles del mosaico y las leyendas que lo rodean.
Después de la visita, el almuerzo en Haret Jdoudna fue una auténtica experiencia para los sentidos. Este restaurante, ubicado en una casa tradicional restaurada con muchísimo encanto, ofrece platos típicos jordanos elaborados con esmero. Disfruté especialmente del ambiente: un patio sombreado con vegetación, fuentes y música suave de fondo. La comida, por supuesto, estuvo a la altura. No os vayáis sin probar el mansaf, el plato nacional jordano, a base de cordero, arroz y yogur fermentado. Es una explosión de sabores que cuenta también una historia, la de la hospitalidad beduina y la tradición de compartir en comunidad.
Aqaba: un cierre frente al Mar Rojo
Terminamos el día llegando a Aqaba, ya en el Mar Rojo, después de una jornada cargada de emociones, historia y carretera. Ver el contraste entre los paisajes áridos del interior y la luz dorada que envuelve el puerto de Aqaba al atardecer es algo que no se olvida. Es como si la ruta te regalara una recompensa final.
El hotel Movenpick Talabay es una maravilla para relajarse, con su piscina infinita que parece fundirse con el mar, su acceso directo a la playa y un ambiente tranquilo que invita al descanso. No hay nada como sumergirse en el agua salada del Mar Rojo al final del día y ver cómo el sol se esconde tras las montañas egipcias del otro lado del golfo.
Un consejo: si viajas en verano, como yo, preparate para el calor, especialmente durante las visitas de la mañana. Madaba, por ejemplo, puede ser especialmente intensa si no se va bien preparado. Llevar agua, un sombrero que te cubra bien, protector solar y gafas de sol no es opcional: es imprescindible. Y si puedes, usa ropa clara, transpirable y de tejidos naturales. Todo ayuda para disfrutar sin agotarse.
Este día me ha enseñado que Jordania no es solo Petra. Es un país que te conecta con lo sagrado, la historia y con paisajes que no se borran fácilmente de la memoria.
Si quieres vivir esta experiencia completa, pide tu presupuesto y te preparamos el viaje a medida. ¡Te prometo que te vas a emocionar como yo!